martes, 7 de abril de 2015

Påske Krim



     Ya de regreso de la Semana Santa cordobesa, entre el avión y el sofá de casa, leo las últimas páginas de Tatuaje, magnífica novela negra del magnífico Vázquez Montalbán. Para esta Semana Santa andaluza, cordobesa y de larga duración decidí seguir en la distancia una de las tradiciones de la Påske noruega. Como todos los familiares y amigos íntimos, que leen estas páginas virtuales, pueden imaginar, las tradiciones que seguimos en Andalucía y las que se siguen, aquí en Noruega, en los días de Semana Santa o Påske son bien diferentes. Lo que quizá no puedan imaginar es que además del color amarillo inundándolo todo, los huevos de chocolate y la sobredosis de sofá y chucherías con las que compensar las salidas campestres (esto último sólo si el buen tiempo hace acto de presencia); una de las tradiciones estrellas para estos días es la lectura y visionado de novelas y películas de género "negro", policiaco o de crimen.

     Para esta Semana Santa andaluza y cordobesa elegí una novela noruega, que Nathaly me regaló en su empeño por acercarme a la cultura del país que habito, y la relectura de Tatuaje.




























     Si no recuerdo mal, Nathaly me regaló Headhunters en un aeropuerto, en uno de los último viajes de regreso a Noruega. Aunque Jo Nesbø es un autor muy popular en Noruega y en gran parte del mundo, reconozco que hasta ahora no lo había leído y que, viendo sus abundantes portadas en las librerías noruegas, dudaba de que sus libro pudieran interesarme. Error. Desde el comienzo me engancha el argumento, el pulso narrativo, los giros que hacen avanzar la historia y la sorpresa final. Además, me hace gracia comprobar lo familiares que me resultan ya algunos de los lugares de Oslo y algunas de las costumbres nórdicas (como ésta de leer novela negra y ver películas de crímenes en Påske) descritas en el libro de Jo Nesbø.

     Tatuaje es, en cambio, una relectura. Antes de que el diario El Público tuviese sólo una edición digital, solía regalar con la compra del periódico un libro en edición, obviamente, barata y de bolsillo. Gracias a su colección de novela negra desterré los prejuicios que tenía sobre este género y disfruté leyendo algunos buenos ejemplos. Poco tiempo después El Público dedicó también una pequeña colección al escritor barcelonés Manuel Vázquez Montalbán. Tengo que reconocer que por una concatenación de infantiles prejuicios los libros de Vázquez Montalbán no llamaron mi atención de lector adolescente. Error, error grande, enorme! Durante muchos años Vázquez Montalbán no significó para mí otra cosa que un rostro redondo, enmarcado por unas grandes gafas y un bigote intenso, y las imágenes de erotismo ochenteno que aliñaban los capítulos de una serie de TVE basada en el detective Pepe Carvalho, personaje protagonista de muchos de los libros de Vázquez Montalbán.
     Gracias a mi mentor y amigo, Nacho Garassino, tuve la oportunidad de grabar una entrevista con Vázquez Montalbán en su casa de Vallvidrera en Barcelona. Nos recibió el escritor, ya sin el intenso bigote que le recordaba, y nos condujo hasta su biblioteca. Allí, recuerdo,  nos enseñó una colección de matrioskas rusas de la que sentía bastante orgulloso. En aquella conversación improvisada y en la entrevista posterior sobre el tango en Barcelona descubrí a un Vázquez Montalbán culto, muy culto, y sensible y de mundo. Descubrí que el escritor barcelonés no se correspondía con la prejuiciosa imagen que durante mi adolescencia tuve de él. Pese a la fascinación que causó en mí aquella larga entrevista en su casa, ni compré ni leí alguno de sus libros.

   Fue bastantes años más tarde cuando gracias a la colección de El Público empecé a leerlo y, nuevamente sorprendido, descubrí una prosa rica y ágil en la que puedo reconocer al escritor culto y sensible, enamorado de su ciudad, Barcelona, y gran viajero al que escuché con deleite hablar con pasión durante un par de horas sobre Gardel, Cadícamo, El Raval, y la desdibujada Barcelona post olímpica. Formaban parte de de aquella modesta colección de diario los siguientes títulos: Tatuaje, Galíndez, Pigmalión y otros relatos, Erec y Enide, El estrangulador, Mis almuerzos con gente inquietante, La soledad del manager, Los demonios familiares de Franco y Autobiografía del General Franco. Excepto los dos último los he leído y disfrutado todos. A mi madre, encargada de comprarme, obviamente por los libros, el diario cada día durante mis primeros meses en Noruega; se le pasó alguna entrega por ejemplo la primera parte de La autobiografía del General Franco. A pesar de esta falta, es de agradecer la dedicación que mi madre tuvo durante aquellos meses y, quizá, gracias a la cual he podido descubrir al excelente escritor que había detrás del hombre afable, culto, sensible y gran conversador a quien disfruté grabando durante un par de horas en su casa de Vallvidrera en Barcelona.

     Quedan pendientes nuevas relecturas y nuevas compras, esta vez en ediciones algo menos modestas que aquellas con las que el diario El Público intentó fidelizar lectores a su línea editorial.
     Lo más probable es que el año próximo nuestra Semana Santa sea una Påske noruega, quizá en una cabaña con la rutina del paseo por el bosque, la buena comida, el buen vino y el exceso de chucherías y chocolate. Por llevar la contraria o, quizá, por compensar, el año que viene en lugar de novela negra lea algún Caballo de Troya o El Evangelio según Jesucristo de Saramago.




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