Andrei Tarkovski |
Como el artista es quien recoge en mayor plenitud su época y su mundo, se convierte en la voz de quienes no están en condiciones de reflejar y de expresar su relación con la realidad. En este sentido, el artista realmente es la voz del pueblo. Y por eso también está llamado a servir a su talento y a su pueblo. Él mismo puede decidir si quiere desarrollar hasta los límites de lo posible ese talento o si vende su alma por treinta monedas de plata.
El arte incide sobre todo en las emociones de una persona y no tanto en su razón. Su meta es "reblandecer" su alma, hacerla receptiva para lo bueno, pues al ver una película valiosa o un cuadro bello o al escuchar buena música, desde el principio no es la idea como tal la que te cautiva y te conmueve (partiendo de la base de que se trate de "tu" arte. Y esto es todavía más claro si se tiene en cuenta que -como decía Thomas Mann- las ideas de las grandes obras de arte siempre tienen dos caras y dos significados, son equívocas y pluridimensionales, como la propia vida.
El artista real siempre está al servicio de la inmortalidad: intenta inmortalizar este mundo y las personas que viven en él.
Me atrevo a afirmar que cada artista, en el fondo de su corazón, piensa en el encuentro con el espectador; que tiene la esperanza de que precisamente sea su obra la que toque el nervio de su tiempo y que por eso sea muy importante para el público, porque afecte dimensiones ocultas de su interior.
Un director no tiene derecho a querer gustar a todos, a controlarse por dirigir su mirada hacia el éxito de su trabajo.
Pushkin lo expresó una vez de un modo maravilloso: "Tú eres el zar. Ve por tu camino libre, a donde te lleve tu espíritu libre. Realiza los frutos de tus queridos pensamientos. Y no exijas recompensa alguna por tu noble actuar. Está dentro de ti la recompensa, sólo ahí. Tu mismo eres tu tribunal supremo: con más exigencias que todos los demás, eres tú capaz de juzgar tu propia obra: Estás satisfecho de ella, artista exigente?"
La fórmula de "esto no lo entiende el pueblo" siempre me ha indignado profundamente. Quién se toma el derecho de hablar en nombre del pueblo, de verse a sí mismo como la encarnación de la mayoría del pueblo? Y quién sabe qué es lo que comprende el pueblo y qué deja de comprender, qué necesita y qué rechaza?
Esculpir en el tiempo, Andrei Tarkovski
La infancia de Ivan |
Hace ya más de 15 años, la forma en que mi ciudad celebraba su Semana Santa me producía desagrado y tristeza; en aquellos años fui incapaz de asimilar las formas con las que mis paisanos expresaban su fe. Rechazaba el enlutado de encaje, de perlas y carmín que lucían las señoras de mantilla; la gomina, las patillas, las maneras de los capataces y contraguías; los andares y verdugadas de los costaleros; las comparaciones y los piques entre cofradías; miraba las veneradas imágenes de Cristo y -en mi estupidez juvenil- me atrevía a suponer lo que Jesús pensaría de todo aquel "circo" de capirotes y cirios.
Independientemente del color del partido político que gobierne el Ayuntamiento de Córdoba, es costumbre que la celebración de la Semana Santa paralice la programación del Gran Teatro. Imagino que hay consenso a la hora de pensar que las procesiones son espectáculo suficiente para estos días y que de éste, por tradición, historia y cultura, gozan tanto creyentes como laicos.
Sin embargo, en la última Semana Santa que pasé en Córdoba, antes de mi marcha a Barcelona; alguien decidió programar un ciclo con la obra completa de un director desconocido para mí, tan desconocido su nombre como los siete largometrajes de su filmografía. El Gran Teatro se convirtió en cine por unos días e incluso editó un cuadernillo con información sobre la vida y obra de Andrei Tarkovski en el que, para mi sorpresa y casi conmoción, se hablaba del director ruso como uno de los más grandes directores de cine de la historia y se consideraba cada una de sus películas como obra maestra. Enterarme de esto pocos meses antes de empezar mis estudios de cine en Barcelona no fue precisamente algo alentador.
En aquel ciclo sólo recuerdo haber visto Andrei Rublev, Solaris y Stalker. No recuerdo cuál, pero sé que una de ellas la vi en compañía de mi amigo Fernando. Independientemente de cuál fuese la película que vimos, imagino que al salir al Boulevard bien pudimos decirnos algo así: niño tú te has enterao de algo? / hombre, enterarme sí, pero un poco raro todo, no? / yo que sé, a mí mucho no me ha... / mucho no, pero tampoco es que... / no claro / lo mismo es que hay que verla un par de veces / será eso...
Andrei Rublev |
Solaris |
El programador que decidió, que aquella Semana Santa era un momento óptimo para incluir un ciclo sobre Tarkovski en el Gran Teatro, no sabrá nunca de mi eterno agradecimiento.
Pocos meses más tarde comencé mis estudios de cine en Barcelona y, con mi acento del Sur, teniendo unos cuantos años más que la media, con enormes lagunas respecto de las películas imprescindibles, ésas que si no las has visto no eres nadie y siendo futbolero y para colmo del Madrid; lo único que me hubiese faltado es poner cara de: y ése quién coño es; cuando algún compañero nombrase a Tarkovski.
A los pocos días de estar en el CECC ya había descubierto que en mi escuela se veneraba y rendía culto a su figura. Circulaba, de hecho, una frase, no sé si real o imaginada y puesta en boca del directo del centro, según la cual en la historia del cine, al igual que en el Tour de Francia, había puertos de montaña de categoría especial, de primera categoría, de segunda y
de tercera. Pues bien, sólo Tarkovski
merecía la consideración de categoría
Stalker |
especial, le seguirían las "tres B" -Bresson, Bergman y Buñuel- como puertos de primera categoría y el resto de directores no merecerían ni siquiera la consideración de puertos de montaña de segunda o tercera en la historia del cine, según esta clasificación.
Conociendo y habiendo convivido algunos días con el personaje a quien se atribuye la frase, tengo que reconocer que, al tiempo que la pongo en duda, tampoco me causaría sorpresa que fuese cierta. Reconozco que, en los días que compartimos en Madrid y Auschwitz, no tuve el valor para interrogarle a cerca de la veracidad de la frase que se le atribuye.
Mi reconciliación con Tarkovski y el reconocimiento a su obra se produjo bastantes meses después y no fue a través del lenguaje cinematográfico sino mediante la lectura de Esculpir en el tiempo, el libro que recoge sus reflexiones a cerca del arte en general y del cine en particular. El Tarkovski indescifrable de sus películas se me reveló, leyendo sus propias palabras, como un artista comprometido consigo mismo, con su alma; comprometido con el arte que ha elegido como medio de expresión, comprometido con la búsqueda de respuestas esenciales para la evolución del ser humano, comprometido con su tiempo y, comprometido sobre todo, con sus espectadores, a los que siempre se esforzó en tratar con la dignidad y respeto que merece cualquier persona, porque a toda persona se la considera por definición: inteligente.
Terminé de leer Esculpir en el tiempo, pero no quise volver a ver una película de Tarkovski: ni revisionar las que ya conocía ni ver por primera vez La infancia de Ivan, Nostalghia o Sacrificio. Recién llegado a Noruega, hace ya casi 5 años, releí el libro y redescubrí con más intensidad lo que me había fascinado la primera vez y pensé que debería ser lectura obligatoria para cualquier persona con inquietudes artísticas; pero seguí negándome a ver las películas.
Hoy pienso que no tiene sentido empezar a escribir un guión, pensar una idea con un posible desarrollo cinematográfico, sin tener en cuenta las reflexiones de Tarkovski, un cineasta y una persona íntegra capaz de tomarse en serio su trabajo y el sentido del mismo, y su responsabilidad para con los demás.
Después de un cine-forum mi grado de frustración con Tarkovski fue tal, que decidí no volver a ver una de sus películas hasta no sentirme preparado para ello. Recuerdo salir de la escuela cerca de las tres de la madrugada y, en el camino de Casp a Bailén, obsesionarme con la certeza de no haber entendido nada de la película, de no haber entendido nada de lo que el profesor de turno -no recuerdo a quién le tocó aquel cine-forum - intentó explicar, de no haber entendido nada de lo que los compañeros de segundo y tercero se esforzaban en preguntar. Camino a casa llegué a la triste conclusión de que El Espejo era incomprensible, de que el profesor de turno no hizo más que divagar y de que los compañeros de segundo y tercero intentaron lucirse, hacerse los entendidos y provocar nuevas divagaciones en el profesor de turno.
El espejo |
Mi reconciliación con Tarkovski y el reconocimiento a su obra se produjo bastantes meses después y no fue a través del lenguaje cinematográfico sino mediante la lectura de Esculpir en el tiempo, el libro que recoge sus reflexiones a cerca del arte en general y del cine en particular. El Tarkovski indescifrable de sus películas se me reveló, leyendo sus propias palabras, como un artista comprometido consigo mismo, con su alma; comprometido con el arte que ha elegido como medio de expresión, comprometido con la búsqueda de respuestas esenciales para la evolución del ser humano, comprometido con su tiempo y, comprometido sobre todo, con sus espectadores, a los que siempre se esforzó en tratar con la dignidad y respeto que merece cualquier persona, porque a toda persona se la considera por definición: inteligente.
Terminé de leer Esculpir en el tiempo, pero no quise volver a ver una película de Tarkovski: ni revisionar las que ya conocía ni ver por primera vez La infancia de Ivan, Nostalghia o Sacrificio. Recién llegado a Noruega, hace ya casi 5 años, releí el libro y redescubrí con más intensidad lo que me había fascinado la primera vez y pensé que debería ser lectura obligatoria para cualquier persona con inquietudes artísticas; pero seguí negándome a ver las películas.
Hoy pienso que no tiene sentido empezar a escribir un guión, pensar una idea con un posible desarrollo cinematográfico, sin tener en cuenta las reflexiones de Tarkovski, un cineasta y una persona íntegra capaz de tomarse en serio su trabajo y el sentido del mismo, y su responsabilidad para con los demás.
Sacrificio |
Con la primavera recién estrenada me reencuentro con el Tarkovski que ahora tanto estimo, con el director de cine al que empecé a admirar no en sus imágenes y sí en sus palabras, con el ser humano que nadie me explicó en la escuela. Llegó el tiempo de pasar la página, cerrar el libro y colocarlo en el estante que hay sobre la cama; sentarme en el sofá en las mañanas solitarias que de vez en cuando disfruto y volver a las películas. Puedo verlas todas como si fuese la primera vez y descubrir lo que no supe ver hace tantos años en el Gran Teatro de Córdoba, y no hablo sólo de la elegancia, de la precisión de sus encuadres, de la autonomía y personalidad de su mirada; hablo también de la esencia del propio Tarkovski, de sus recuerdos, de sus miedos, de su deseo de comunicarse con su público en un plano de igualdad, mostrándole su alma y pidiendo a cambio que complete la película en su interior, con sus propias reflexiones, sus propios recuerdos, su vida y su tiempo, sus circustancias..., buscando de esa forma una manera de entender el mundo, encontrándonos a nosotros mismos juntos a los demás, reconociendo nuestra identidad entre la multitud que anhela las mismas cosas, que siente como nosotros y a la que preocupan las mismas cosas que nos roban el sueño.
Nostalghia |
Tantos años después y tan lejos de casa, en un momento tan especial de mi vida; la nostalgia me afecta a dos niveles: recordando el pasado echo de menos aquel tiempo más joven para lo bueno y para lo malo, echo de menos las calles, el calor, los sabores, los rostros y los acentos, en el tiempo echo de menos a mi padre y en el espacio a mis hermanos y a mi madre; anticipando el futuro pienso que la infancia de Matías, su cotidianidad, sus primeras sensaciones, serán tan diferentes de las mías; pienso que en el futuro su nostalgia quizá se parezca muy poco a la mía y este sentimiento hace más profunda mi propia nostalgia, de forma que, quizá estas palabras no sean otra cosa que el leve intento de conservar mis recuerdos en una bola de cristal que poder regalar a mi hijo, cuando sus propias mudanzas en el tiempo y en el espacio le lleven a descubrir la nostalgia.
Tantos años después y tan lejos de casa, la nostalgia opera a un nivel tan denso que ya no queda espacio para el rechazo y, ahora, la Semana Santa, las mantillas, la voz profunda del capataz, el bamboleo de las bambalinas, el espectáculo callejero de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Jesús de Nazaret; es el lugar común donde me encuentro y comulgo con mi ciudad y su gente, que es la mía, con mi pasado, mis recuerdos, mis costumbres y las tradiciones que intentaré guardar, comprender y proteger para que un poquito de la nostalgia de Matías se parezca a la mía y, quién sabe, quizá dentro de veinte años, que en realidad no son nada, podamos hablar de ello después de ver una película de Tarkovski o de regreso a casa después de ver encerrarse "el Gitano" o el Cristo de Ánimas o la Paz y Esperanza.
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