lunes, 13 de julio de 2015

San Iker




                         


     La secuencia completa del vídeo con el que inicio este capítulo la viví en un hotel de Valladolid. Yo trabajaba, como asistente de cámara, en un vídeo promocional de Castilla-León. Con un pelín de mala leche, el director de fotografía (con quien nunca tuve una relación amistosa) decidió que la tarde de la final de Glasgow yo me hiciese cargo de grabar algunos planos mientras el localizaba exteriores para el día siguiente. Recuerdo que terminé de grabar pocos minutos antes de que empezara la final, que desmonté y recogí el equipo a toda prisa y que celebré el primer gol del Real Madrid sacando medio cuerpo (yo no conducía)  por la ventanilla de la furgoneta de cámara y gritando como un loco por las calles de Valladolid. Llegué a hotel cuando quedaban pocos minutos para que el partido llegase al descanso. Justo a tiempo para volver a gritar como un loco, esta vez junto a la barra del bar del hotel, el golazo de Zidane.
   
     El jovencísimo Iker Casillas había sido titular en la portería del Madrid casi toda la temporada. A finales de enero o principios de febrero y sin motivo claro, Vicente del Bosque decidió dar a César la titularidad en detrimento de Casillas. Cuenta el propio Vicente del Bosque en un artículo recientísimo que ésta fue decisión suya y de su cuerpo técnico y que ésta decisión pudo ser o no acertada. Cuanta también que Casillas tiene su propia versión de los hechos y que, por más que los protagonistas le han explicado el quién, el cómo y el porqué, Casillas (al que el bueno de Vicente del Bosque define como bastante cabezón) sigue señalando a Fernando Hierro y Raúl González, capitanes de aquel Madrid "galáctico", como los culpables de aquel extraño cambio en la portería.

     Sea como fuere, de lo que no hay duda es de que, aquella tarde,  el destino tenía reservado para Iker Casillas un papel protagonista que, de haberse tratado de una película, sin duda habría sido calificado de tópico o inverosímil. A media hora del final del partido César se lesionó y tuvo que pedir el cambio. Un jovencísimo Iker Casillas calentaba apresuradamente en la banda y, antes de saltar al terreno de juego, pedía que le cortasen las mangas a una camiseta que parecía venirle, al menos, dos tallas mayor. Cuando todo el madridismo acariciaba ya "la novena", un arreón del Bayern Leverkusen, en los minutos finales, puso al equipo galáctico contra las cuerdas. Tres paradas que, de haberse tratado de una película, sin duda habrían sido calificadas de inverosímiles, dieron origen a la leyenda de "San Iker Casillas", el mejor portero de la historia del Real Madrid, de mi Madrid.

     En la fotografía de abajo, un jovencísimo Iker Casillas levanta, junto a los capitanes Fernando Hierro y Raúl, la novena copa de Europa. Hasta la noche del pasado sábado, Iker era el único superviviente de esta fotografía histórica en el Real Madrid.




     Partido a partido, final a final, la leyenda de Iker no hizo más que agrandarse. Con el Real Madrid y con la Selección, lo ganó todo. Fue decisivo, paró lo que parecía imposible y, partido a partido y final a final, se convirtió en mucho más que el mejor portero que recuerdo haber visto. Nunca fue, ni quiso ser,  un galáctico. Su imagen proyectaba sencillez, humildad, serenidad, confianza y seguridad. Querido y admirado por compañeros y rivales. Sin apenas enemigos que contar.
     Quizá la fotografía de abajo, con la Copa del Mundo en las manos, compendia en su mirada todos los valores de un Iker, ya maduro, diferente ya de aquel jovencísimo Iker que era como un hijo o un compañero de clase para el público del Bernabéu.





     Pero el destino introdujo un giro inesperado en la película-leyenda de San Iker. José Mourinho aceptó, sin miedo, el papel de villano y, por sorpresa y sin motivo claro; decidió volver a sentar a Casillas en el banquillo de los suplentes. El castigo, por falta de un portero de un nivel mínimo para inquietarle, duró pocos partidos. Pero quiso el destino que en su vuelta a la titularidad un compañero le provocase fortuitamente una lesión en un dedo. El villano Mourinho reaccionó fichando a un portero de nivel y Casillas, por mucho que nos pese, ya nunca más fue el mismo. 
     Se fue Mourinho y quedaron Casillas y Diego López. Quedó también un mal viento recorriendo las gradas del Bernabéu. Llego Ancelotti, el pacificador y con salomónica decisión dividió las competiciones entre sus dos porteros. Aunque Casillas ya no fue más San Iker, el Real Madrid ganó las dos competiciones en las que Iker, sólo Iker ya, fue titular. Pero los pitos que el mal viento movía por el Bernabéu no dejaron de sonar. 
     Un último año de titular indiscutible con más sombras que luces, con más pitos, con más agravios, con más tensión, con menos memoria de la debida y con menos cariño del imaginado hacían fácilmente previsible un desenlace como el ocurrido en la noche del sábado: después de 25 años, después de ganarlo todo, después de ser indiscutiblemente el mejor, después de haber sido San Iker, Casillas se marchaba del Real Madrid para fichar por el Oporto. 

     Lo que no era lógico, ni previsible, ni justo, ni verosímil, ni digno; lo ilógico, lo imprevisible, lo injusto, lo realmente inverosímil era un final tan triste, tan tristísimo para esta película épica que estamos contando. A los 12.00 de domingo 12 de julio, Iker, con vestimenta informal, solo, completamente solo, con una soledad imposible de describir, se presentaba ante los medios de comunicación para certificar la noticia de su adiós y leer una carta de despedida. Hubo un minuto de silencio, de lágrimas, de incredulidad, de esperpento, de tragedia. Un minuto terrible en la historia del Real Madrid, un minuto de vergüenza, un minuto en el que resulta incomprensible que detrás de alguna puerta no estuviese el club en pleno para saltarse el protocolo o el pacto de conveniencia y salir a abrazar y consolar el llanto inconsolable del mejor portero de nuestra historia. 




     Ayer, lunes 13 de julio, se celebró una redespedida, un nuevo acto de conveniencia, un despropósito, un sinsentido, una justificación de lo injustificable, un querer suturar la herida, abierta y sangrante, con un lacito de colores comprado en un todo a cien. Un acto que no merece añadir una foto más a este capítulo.

     El acto final de esta película esta por escribir. Dice Iker Casillas que vaya donde vaya seguirá gritando "Hala Madrid". La mayoría de los madridistas, vaya donde vaya, seguiremos aplaudiendo sus paradas, deseando que este acto final desemboque en un final feliz y que Iker recupere el "santo" y vuelva a ser el mejor y lo pare casi todo y que nunca nos toque verlo como adversario.







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