Aunque nací en Córdoba siempre me consideré y me sigo considerando "de pueblo" y, aunque viví 25 años en Córdoba, 11 en Barcelona y ya llevo 5 en Noruega, después de haber viajado por un puñado de países y haber disfrutado de infinidad de paisajes; es posible que todavía no haya encontrado o no haya sabido reconocer mi lugar en el mundo, pero sé que quedan tantas rutas nuevas por descubrir como oportunidades para regresar a los lugares que fueron cotidianos.
Mis padres nacieron en Fuente Tójar, un minúsculo pueblo de la Subbética cordobesa, tanto es así que ningún compañero del "cole" era capaz de ubicarlo en el mapa provincial, ni siquiera de reconocer su nombre. Para facilitar las cosas a los compañeros de trabajo, del "cole" y vecinos, optamos por decir que éramos de Priego de Córdoba, pueblo más grande y mucho más vistoso y reconocible. Esta mentirijilla tampoco distaba tanto de la realidad: Priego se encuentra a sólo 11 kilómetros de Tójar y para nosotros era inconcebible estar un fin de semana en Tójar sin pasar por Priego.
De pequeño, era tradición familiar ir cada sábado al mercado de abastos de Priego, aparcar en la calle del abuelo y hacerle una visita a los abuelos y la tita Carmen, subir hasta el Ayuntamiento, en más de una ocasión pasar por la peluquería de caballeros del pasaje y leer el As y escuchar del tiempo y la cosecha mientras esperábamos turno, desayunar los hojaldres de la cafetería Río o los churros frente al mercado, comprar la carne y el pescado en los puestos de toda la vida, donde nos conocían y preguntaban por la salud entre merluzas y solomillos, beber agua en la Fuente del Rey; quizá pasar por donde Zacarías, puede que una tapa de jamón y un vino donde Juanico Pelusa o una de cazón en Los colorines y una o dos docenas de dulces en La flor de mayo -los mejores dulces y los más baratos que he comido en mi vida-, un paseo por el barrio de la Villa si sobraba tiempo y otra visita a los abuelos antes de deshacer los 11 kilómetros que, cruzando las Angosturas, nos devolvían a Tójar.
Kevin con 5, 6 8 y 10 años |
Con los años de juventud, Priego se convirtió en el pueblo más bonito de Córdoba sin duda y, tal vez, en uno de los más bonitos de Andalucía; un pueblo para presumir y dar a conocer a los amigos del instituto y al único que sobrevivió del "cole". En casa del abuelo, faltando unos cuantos años para la mayoría de edad, probamos por primera vez el anís, un Machaquito seco -el dulce es para niñas- que nos destrozó las, todavía, tiernas gargantas al momento.
Con los amigos de El Cañuelo, llegó el "Priego de noche", los bares, las piscinas, el café en la Villa Turística, las fiestas de verano en las aldeas de los alrededores; también llegaron las primeras sensaciones de independencia y libertad: 22 kilómetros en bicicleta de carreras, ida y vuelta, para jugar un partido de tenis y regresar sin descanso; 22 kilómetros amontonado en el Land Rover de "Chele y Juanma", un vehículo en el que parecía caber todo el mundo.
Erik con 10 y 15 años |
Después de un enorme vacío, una gran distancia y un montón de años sin pasar por Priego; regresé con Nathaly en una mañana fría de finales de abril; pocos meses después volvimos a asomarnos al Adarve, esta vez acompañados de Erik y Kevin y aquel mediodía de finales de junio dio comienzo una pequeña tradición cuando los críos descubrieron una pequeña estatua que da la espalda al Adarve: en cada nueva visita a Priego, después de un buen desayuno, después del buchito de agua en la Fuente del Rey, los dulces de La flor de mayo, la visita a alguna iglesia y el paseo por el barrio de la Villa, llegamos al majestuoso balcón del Adarve; a pocos pasos de la fuentecilla que le da inicio aparece la pequeña estatua de Joselito, el niño prodigio del cine de barrio con voz doliente de pequeño ruiseñor. De cada regreso a Priego queda una fotografía junto a "Joselito", un "Joselito" niño prodigio por siempre junto a Erik y Kevin, cada día más altos, dejando atrás la infancia de a poco.
"Joselito" quedó inmóvil, detenido en el tiempo y el lugar en el que fui tremendamente feliz, un lugar de regreso en el que la conjunción cósmica necesaria para hacernos coincidir de manera oportuna es bastante más fácil: "Joselito" queda inamovible de espalda al Adarve esperando una nueva fotografía. Erik y Kevin ya lo superaron, a partir de ahora Matías continuará la tradición que ellos empezaron y ojalá que no haya verano sin una nueva foto, sin un nuevo regreso a un lugar que, con los años, bien podría ser mi lugar en el mundo.
Nathaly con Matías y Javier |
En esta casa noruega no faltarán, en sábado o domingo, sesiones de cine de barrio, con Marisol, con Pepe Isbert, con Paco Martínez Soria, con Tony Leblanc y, por supuesto, con Joselito.
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