Hoy, viernes 12 de julio de 2013, Matías acaba de cumplir su primera semana entre nosotros. Nacío en A-hus de Lørenskog el pasado viernes 5 de julio, sólo unos pocos días antes de la fecha prevista para su llegada. Poco menos de 9 meses atrás Matías empezó su viaje en Barcelona, curiosamente la ciudad en la que sus papás también comenzaron a caminar juntos unos años atrás. Para Matías el viaje que lo depositó en nuestros brazos, bajo nuestra protección y rodeado de todo nuestro amor, ha durado algo menos de nueve meses, sin embargo, sus papás hemos estado esperándole un poco más de tiempo. En estos dos últimos años ha habido lágrimas para llenar más de un cubo, muchas noches de tristeza y dolor y algún momento cercano a la desesperación, que no a la desesperanza.
Este momento maravilloso de verte, tocarte, sentirte, nombrarte y abrazarte recompensa todo el llanto, todas las noches en vela, los dolores, el pánico, las visitas de urgencia a donde Kinne, las preocupaciones no confesadas y los temores mal disimulados. Bienvenido, querido Matías, gracias a Dios eres el regalo que tanto esperábamos. Mamá, papá, tus hermanos, abuelas y tíos somos felices, tremendamente felices y tenemos la certeza de que lo mejor está por llegar, de que nos quedan muchos años de viaje en tu compañía.
Al salir de la última visita a Kinne, ya sabíamos que tu llegada era inminente: mamá pensaba que llegarías durante el fin de semana y yo, tu papá, sólo deseaba que llegases bien y lo antes posible. Mamá lo había planeado todo a la perfección en su mente, había visualizado todos los detalles de tu llegada y el jueves incluso habíamos escenificado un ensayo general de la salida de casa.
En la mañana del viernes todos los planes se vinieron al suelo y la salida organizada y con tiempo suficiente se convirtió en una carrera atropellada y nerviosa en la que tus hermanos fueron los únicos que mantuvieron la calma hasta el punto de no olvidar sus cepillos de dientes en el último momento.
Eran casi las 7.30 de la mañana cuando al despertar, mamá, descubrió que había un poco de líquido en la cama. Te reconozco, querido Matías, que la coincidencia de ver un poco de sangre y de que tú estuvieses dormido en ese momento, nos hizo entrar pánico. Alocadamente desperté a tus hermanos y agradecí que nuestras cosas hubiesen quedado en el coche después de la prueba general del jueves. Gracias a que el agua azucarada, que mamá tomó en gran cantidad, te despertó, los cuarenta minutos que nos separan del hospital no se convirtieron en un infierno.
Cerca de las 9.00 dejé a mamá en el hospital y corrí a dejar a tus hermanos al cuidado de tu abuela Teresa. De regreso al hospital, pocos minutos más tarde, estaba tan nervioso que me resultó increíblemente difícil explicarle al celador de qué color era nuestro coche. Nada más entrar a la habitación donde habían llevado a tu mamá, pude ver que su rostro estaba tranquilo y que tu corazón sonaba alto y claro. Maria era el nombre de la matrona que nos había tocado en suerte.
Después de más o menos media hora monitorizando tu ritmo cardiaco, la matrona nos explicó que el parto en sí aún no había comenzado: mamá había "roto aguas" pero las contracciones aún no habían aparecido por lo que lo más recomendable era regresar a casa y esperar. En caso de que las contracciones no se iniciasen espontáneamente en los próximos días, el lunes provocarían tu nacimiento.
Feliz por estar junto a tu madre, por tener ya a tus hermanos en casa de la abuela Teresa y por quedarnos a sólo unos minutos del hospital, deseé que nacieras lo antes posible, que tu llegada no se demorase hasta el lunes; quería tenerte en mis brazos y tenía la convicción de que probablemente esa misma tarde estarías ya con nosotros.
Desayunamos junto a tus hermanos y paseamos por el centro comercial Metro, después fuimos a casa de tu abuela a esperar. Mientras nos horrorizaba el aspecto antiguo y caduco del programa estrella de la mañana en TVE -tu abuela Teresa es fan de la televisión pública española-, mamá empezó a sentir unas contracciones no demasiado dolorosas pero que se repetían cada 10 minutos y cuyo ciclo de repetición se iba acortando rápidamente. A las 13.36 no pude esperar más y casi tuve que obligar a tu mamá a salir para el hospital. Al despedirme de tus dos hermanos estaba seguro de que pocas horas más tarde ya podría anunciarles tu llegada.
Tardamos pocos minutos en llegar al hospital y dejar el coche aparcado
para quizá un par de días. A las 14.00 estábamos ya en la sala de observación, donde la comadrona Maria volvió
a encargarse de controlar tu ritmo cardiaco y las contracciones de mamá. Cuando
su turno se acercaba al final nos dijo que esta vez sí que veía claramente que
el proceso de parto se había iniciado. En breve llegaría una nueva comadrona
que nos conduciría hasta la sala de parto y se haría cargo de nosotros.
Como
tu mamá quería tener un parto natural y no aparenta para nada tener 41 años, al
principio nos pusieron en el Tun A. Deshecho el error, entramos en la habitación
del Tun B, la misma que habíamos visitado cuando estuvimos haciendo el cursillo
de parto en el hospital. Las contracciones de mamá iban aumentando en
intensidad y ya empezaban a ser bastante dolorosas. La música relajante y las
nociones de "acupressure" que yo había aprendido la aliviaron un poco
en estos primeros momentos.
Es harto probable que haya más de un lector
escéptico, pero yo no puedo dejar de señalar que en la aparición del comadrón
José Zarazaga hubo mucho de ayuda de la Virgen o de conjunción planetaria
cojonuda. Una vez todo había pasado, el propio comadrón vino a resumir este
sentimiento: quién le iba a decir a un cordobés que conocería a una chilena
maravillosa, se iría a vivir a noruega y allí tendría a su primer hijo asistido
por un maño. Es obvio que algo de milagroso tiene que haber en el hecho de que
la aparición, por sorpresa, de un comadrón español, solventase de un plumazo mi
enorme problema lingüístico y cultural en el momento más importante de mi
vida.
A partir de este
momento todo se acelera hasta alcanzar una velocidad vertiginosa. Las
contracciones empiezan a ser dolorosísimas y mamá las padece anclada a una
camilla que le provoca claustrofobia. José lee su carta de deseos mientras controla tu ritmo cardiaco: nada de fármacos durante el parto y el
deseo de que el nacimiento tenga lugar en una bañera. José hace un intento por
convencerla de que abandone la idea de la bañera, utiliza para ello el
argumento de que si el parto tiene lugar en la camilla, ella misma podrá sacarte con su ayuda. Intento nulo, mamá comienza a impacientarse y las contracciones a
ser terribles. Después de un primer examen José nos dice que tú estás ya
muy abajo pero que la dilatación es de sólo 5 cm. Llega el momento de entrar en
la bañera, el agua y la música ayudan a soportar el dolor. José controla tu ritmo cardiaco y algunas contracciones más tarde le pide a mamá que vuelva a la camilla para comprobar cuánto ha dilatado. Hemos pasado de 5 centímetros a 9,5 y si nos descuidamos un poco, querido Matías, habrías llegado en el corto espacio que separa la odiosa camilla de la bendita bañera. Una nueva contracción y José se pone serio, le pide a mamá que en la siguiente se concentre y no deje escapar ni un suspiro, mamá lo consigue a medias, aunque no lo sabemos estás muy cerca, mamá sufre y protesta, necesita gritar, José le explica que necesita todo el aire, que nada puede escaparse en la contracción que se avecina, mamá toma aire, transpira, sufre, cambia el aire a la orden de José, yo veo asomar tu matita de pelo, miro a mamá, José te saca a la primera de forma magistral y te deja en brazos de mamá, yo lloro, lloro, lloro... soy inmensamente feliz.
Cuando el cordón umbilical ha dejado de latir, José me da las tijeras y me indica cómo hacer el corte. Tengo puesta la camiseta que compramos en el bar "Tu momento" para apoyar a la Roja en la última Eurocopa: "Córdoba con la selección", José me pide que me la saque y te pone en mis brazos. Pienso en mi padre, tu abuelo, sé que te quiero tanto como él me quiso a mí y a tus tíos y le pido a Dios que me ayude a ser al menos la mitad del maravilloso padre que él fue conmigo.
Estás en brazos de mamá, primeras fotos. Mamá expulsa la placenta y José me muestra la fabulosa casa que te ha alimentado y protegido durante nueve meses: el maravilloso árbol del la vida. Mamá está bien, sólo necesita un punto y ya está en pie haciéndonos fotos.
Has nacido a las 17.43, pesas 3.920 y mides 50 cm. El comadrón, movido tal vez por el patriotismo me revela un pequeño secreto que yo omitiré escribir pero que sí te contaremos a ti cuando seas mayor.
Toda la familia está feliz y emocionada, tus hermanos no pueden aguantarse las ganas y pocos minutos después de anunciarles tu llegada ya están en el hospital. Te separo de mamá unos instantes y, clandestinamente, te saco de la habitación para que tus hermanos y tu abuela Teresa puedan conocerte. Todos están de acuerdo en que eres precioso.
El teléfono echa humo, los mensajes no dejan de entrar y salir. Hablo por teléfono con tu abuela Matilde, tu tío y padrino Jose, tu tía Rocío y mi amigo Fernando. Tu tía Gissella y tu tío Felipe hablan con mamá.
Esta noche no puedo quedarme a tu lado, no tenemos habitación en el hotel. Gracias a José puedo quedarme en la habitación hasta algo más de las 23.00. Pasada la medianoche llego a casa de tu abuela. Tus hermanos están cansados y acalorados pero impacientes por tener noticias tuyas. Intento dormir en sofá cama junto a tu hermano Erik, Kevin duerme junto a tu abuela en su habitación. No consigo dormir. Tengo la cabeza en la habitación del hospital donde tú descansas junto a mamá. A las 7 de la mañana no puedo esperar más y decido ir caminando al hospital, el sol brilla, hace calor y no hay ninguna posibilidad de hacer una paradita para hacer tiempo y tomar un café hasta la hora de poder entrar a la habitación; por suerte mamá me llama por teléfono y me dice que puedo entrar antes de las 9.
Has pasado la noche tranquilo y mamá no te ha quitado ojo ni un minuto. Está tan feliz! Desayunamos juntos y esperamos a que nos llame el médico. Te hacen un pequeño examen y comprueban que tu cadera está perfecta y que tus reflejos funcionan de maravilla. Tienes mucha fuerza en el cuello y haces el gesto de intentar levantar la cabeza. Estamos listos para que nos lleven a la habitación del hotel del hospital.
Viajamos por los sótanos del hospital en una especie de carrito de golf. En el hotel nos dan la habitación 225. Antes de subir a la habitación aparece tu tía Gissella, trae muchísimas ganas de verte y de tenerte en brazos y algunos regalos de San Francisco que estrenarás en pocos meses. Tiene que trabajar está tarde pero intenta alargar en lo posible el rato junto a ti. Nos despedimos y subimos a la la habitación pero no tenemos ni tiempo para ducharnos, tu abuela y tus hermanos, los únicos con derecho a visitarnos en la habitación, llegan antes de lo previsto. Comemos juntos y casi con los postres llegan Felipe y Karoline, Waleska y Terje, entre los cuatro se reparten el tiempo educadamente y pasas por los brazos de todos. A las 19.00 quedamos solos.
Estamos tranquilos y felices en la habitación, mirándote embobados, ajenos al terrible susto que nos espera en la madrugada. Más o menos a las 3, después de que mamá te diera de comer, quedaste sin respiración al expulsar la mucosidad y líquido amniótico que tenías en el estómago. La secuencia es terrorífica: mamá intenta hacerte respirar y yo corro a tirar de la cuerdecita roja para avisar a las enfermeras. Querido Matías, es casi imposible encontrar las palabras necesarias para expresar el sentimiento de unos padres que ven a su hijo hecho una pelotita de rugby correr por un pasillo en brazos de una enfermera. Te ponen boca abajo y aspiran la mucosidad que queda en tu garganta, respiras y empiezas a descongestionarte. Me pongo a tu lado y te hablo, me miras y en ese momento terrible y mágico descubro lo que de verdad significa ser padre. Estás perfecto, tu mamá y yo respiramos aliviados y la enfermera comprueba que tu nivel de saturación de oxígeno es óptimo. Más lágrimas que se escapan. Lo que te ha ocurrido es algo normal y no debería volver a pasarte, ya has expulsado el líquido, todo está bien, pero yo no puedo dormir, no tengo sueño, sólo quiero mirarte, vigilar cada gesto tuyo y repetirte que soy tu papá, que estoy a tu lado y que todo está bien.
Nos quedamos una noche más en el hotel y después de hablar con José por teléfono recuperamos la tranquilidad. Tú tía Gissella vuelve a visitarte el domingo. Por la tarde te damos tu primer baño y tienes tu primera llantina importante -cosa que en realidad a mi me tranquiliza porque tanta tranquilidad y relax estaba empezando a ponerme nervioso-. Gracias a José, la enfermera Karoline consigue que la sangrienta prueba del talón a ti te la hagan en la mano. Estás tan tranquilo y relajado después del baño que ni te enteras cuando te pinchan tu manito mientras tomas la leche de mamá. Tú has tenido suerte, pero es una pena que por ahorrar algo de dinero se haga sufrir a los bebés haciendo la necesaria y dichosa prueba en el talón en lugar de en la mano.
El lunes, mucho más tranquilos, abandonamos el hotel del hospital y, después de comer unas pizzas con tu abuela Teresa y tus hermanos, por fin te llevamos a tu casa. En las últimas semanas hemos trabajado duro para hacer algunos cambios con los que celebrar tu llegada.
Ya estás en casa, mi pequeño, mamá y yo, como casi todos los padres y madres del mundo queremos lo mejor para ti, imaginamos el futuro y proyectamos en él todos los buenos deseos que somos capaces de imaginar. A papá que duda cabe de que le encantaría verte correr la banda del Bernabeu y celebrar algún gol, mamá no está tan de acuerdo con esta idea; o verte tocar con cierta soltura la guitarra cantando alguna canción propia entre algunos familiares y amigos íntimos con los que compartir un bonito espectáculo de luz y sonido, mamá tampoco está muy de acuerdo con esta idea; pero mamá y papá están muy de acuerdo en que desean darte lo mejor de sus vidas y de su conocimiento y que para ellos, para nosotros, lo más importante será ver que te has convertido en una buena persona.